En cada lugar, por minúsculo que sea, las historias pueden aflorar por doquier. Generalmente una como futura docente tiene la imagen del aula ideal, de amplias dimensiones, en la cual el material se dispone prolijamente desde los estantes, el espacio está minuciosamente pensado en función de las tareas de enseñanza y las paredes blancas se ven interrumpidas solo por el imponente pizarrón verde o las producciones de los niños. La ilusión de “la salita perfecta”, en la realidad, no es tan factible. Me tocó en una de mis primeras prácticas de enseñanza una sala de niños dinámicos, entusiastas, llenos de alegría. Pero tanta energía estaba concentrada en un espacio chiquito, muy chiquito. Empezando por la salita, la misma se encontraba en un primer piso, al cual se llegaba por una escalera gris, dura y oscura. Un primer piso apenas con un pasillo libre para jugar. Las paredes saturadas de cajas, bolsas, mochilas, sin cuidado estético. A tal punto que, si me preguntan de qué color er...