En cada lugar, por
minúsculo que sea, las historias pueden aflorar por doquier. Generalmente una
como futura docente tiene la imagen del aula ideal, de amplias dimensiones, en
la cual el material se dispone prolijamente desde los estantes, el espacio está
minuciosamente pensado en función de las tareas de enseñanza y las paredes
blancas se ven interrumpidas solo por el imponente pizarrón verde o las
producciones de los niños. La ilusión de “la salita perfecta”, en la realidad,
no es tan factible.
Me tocó en una de mis
primeras prácticas de enseñanza una sala de niños dinámicos, entusiastas,
llenos de alegría. Pero tanta energía estaba concentrada en un espacio
chiquito, muy chiquito. Empezando por la salita, la misma se encontraba en un
primer piso, al cual se llegaba por una escalera gris, dura y oscura. Un primer
piso apenas con un pasillo libre
para jugar. Las paredes saturadas de cajas, bolsas, mochilas, sin cuidado
estético. A tal punto que, si me
preguntan de qué color eran las mismas, no me puedo acordar. Los bancos,
apilados contra una pared para hacer lugar a la “ronda de intercambio”. Todo
encajaba cual rompecabezas. Cómo contaba al principio, en mi cabeza estaba la
utopía del aula ideal. Y con ella, tenía mis propuestas perfectamente pensadas
para aquel imaginario espacio ideal. ¿Y
ahora? ¿Qué hacer? Las preguntas invadieron mi cabeza, ¿cómo repensar las
propuestas en función al espacio?
Desde los inicios en el
Profesorado, el Diseño Curricular se convierte en nuestro aliado. Desde este
documento, se insiste en la importancia del diseño del espacio. Tanto el
espacio como el equipamiento son aspectos que influyen de forma directa sobre
la actividad educativa. Sin embargo, son pocos los jardines que, en la
actualidad, reflejan los lineamientos. Esto se debe a muchos motivos: hay pocos
jardines que fueron construidos con ese fin, funcionando en edificios
“emparchados” o que no están pensados en función a ser espacios para los más
chiquitos.
El espacio de la salita debería ser aquel que
provoca en los niños experiencias nuevas, en un marco de seguridad y confianza.
En él aflora la exploración por parte de los más chiquitos, es por eso que la
maestra debe pensarlo como un espacio basado en sus posibilidades e intereses,
de acuerdo con las experiencias que desea ofrecer. Cuando estamos frente a un
espacio en el que las paredes parecen “venirse encima”, también las propuestas
deben ser repensadas. No podemos olvidar que, además de ofrecer actividades
convocantes, las mismas deben ser seguras y mantener a los niños cuidados. Los
espacios, tanto los activos como los conectivos, en este caso no eran los
esperables. El pasillo, que en realidad era un balcón, se destacaba por ser
angosto, y por tener como protección una reja perimetral que los separaba del
vacío. Era imposible no sentirse al borde del abismo en esta salita. Los
materiales, por su parte, estaban ubicados en cajas, canastos, más cajas y más
canastos. Me preguntaba cómo
hacía la docente para adivinar qué había en cada una de ellas. Entre tanto
barullo, material y espacios abrumadores, las propuestas didácticas
muchas veces pueden verse afectadas. La flexibilidad docente, gran capacidad
que aprendemos muchas veces cuando hay que salir al ruedo, entra en juego.
Entonces, las mesas pueden transformarse en pequeños teatros de títeres, las
sogas que cuelgan de lado a lado pueden ser excelentes para colgar imágenes y el piso, en un gran
lienzo para dibujar.
El ruido y la poca luz natural, muchas veces grandes factores que
perturban la tarea escolar, eran otros puntos a focalizar. ¡Qué difícil era
lograr la atención en aquella salita con su constante ruido callejero! No
cabían los susurros ni los silencios en este lugar, era un caos permanente. La
música fue una gran fuente de paz. Las propuestas con ella fueron ideales para
crear un clima distendido entre los chicos. Sé que son pocas las veces que lo
ideal está a nuestro alcance. Sin embargo, estoy convencida que siempre se
puede aportar un poco más de nosotras para lograr las mejores condiciones
posibles para los chicos.
¿Por qué a veces le destinamos
tan poco interés a ese espacio en el cual vamos a pasar gran parte del día, de
los meses, de los años, de la vida? ¿De qué hablamos cuando hablamos de un
espacio alfabetizador? Justamente, este lugar
que es el primer espacio de socialización de muchos niños, el primer contacto
con otro entorno, las primeras exploraciones con otros pares. No es una
cuestión de contar con más o menos recursos, es una cuestión de querer brindar
lo mejor a las próximas generaciones.
Comentarios
Publicar un comentario